Las redes sociales prometían una comunidad, pero nos dieron métricas. En lugar de plazas, timelines. En vez de conversación, scroll.
Lo que parecía una revolución democrática se ha convertido en su parodia: vínculos efímeros, identidades fragmentadas y una ciudadanía emocionalmente agotada.
De las plazas al timeline: prometieron comunidad y nos dieron métricas. En este artículo analizo cómo la arquitectura algorítmica ha convertido la conversación pública en un mercado de atención donde la viralidad desplaza a la veracidad y la identidad se afirma a golpe de conflicto. La Generación Z vive hiperconectada, pero emocionalmente extenuada; el diseño prioriza permanencia y beneficio publicitario, premiando lo que polariza y castigando lo que explica. No es censura clásica, es captura por saturación: estímulos infinitos que ahogan el juicio. Resultado: ciudadanía convertida en audiencia y política convertida en espectáculo. La salida no es un “más de lo mismo” regulatorio, sino reprogramar lo común: alfabetización crítica de verdad, transparencia de recomendadores, obligaciones de pluralismo y una soberanía informativa que devuelva a la ciudadanía control sobre lo que ve y cree. Si no intervenimos nosotras primero, el futuro no será más democrático: será más automático.
Leer en Enclave ODS aquí.